Hasta hace poco la actividad helicícola se limitaba a la simple búsqueda de
caracoles, la mayoría de las veces para consumo propio o bien para vender en
mercados. A partir del siglo pasado, las cualidades gastronómicas del caracol
empezaron a ser tan apreciadas que pasó a convertirse en un alimento muy
solicitado, y ya en los años 60 comenzaron los primeros intentos de cría del
caracol por parte de criadores particulares en instalaciones rústicas al aire
libre.
En España, el consumo de caracoles terrestres tiene un notable arraigo en
nuestra cultura ya que han formado parte desde siempre de la alimentación,
especialmente, en épocas de hambruna. Hoy constituye un plato corriente, típico
e imprescindible en ciertas festividades, y considerado un lujo en determinados
restaurantes.
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